Recorriendo
el fichero de mis recuerdos, amable lector, encontré no sólo una bella historia
sino también la vida misma que encuentra su máxima expresión en la belleza de
la humildad, por eso quiero que pongas mucha atención en este relato lleno de
magia e impregnado de un espíritu tan sencillo que sin proponérnoslo al final
vamos a llegar a nuestro mismo comienzo. La historia comienza así:
Sentados
en la plaza del barrio se encontraban dos personas, a simple vista muy
distintas, uno llevaba puesto un traje elegantísimo –se podría decir que recién
lo sacaba de la tintorería- y ni hablar de los zapatos que tenia puestos. El
otro también llevaba puesto un traje de maravillas con los zapatos
correspondientes a una vestimenta de ese estilo. Las miradas que se cruzaban
ambos eran de un estudio exquisito –no dejaron rincón exterior sin examinar- a
lo cual pensaban:
-No se da cuenta que esta haciendo el
ridículo.
Todas
las tardes era el mismo ritual. Así pasaron varios días. Ninguno se animaba a
asomar palabra alguna, cada uno vivía en su mundo. Pero de repente un día, como
quien no quiere la cosa, una palabra asomo de la boca de uno de éstos:
-Disculpe,
pero hace ya tiempo que lo estoy observando y hoy olvido ponerse sus zapatos.
El
otro susodicho lo mira a los ojos, se mira sus pies, lo vuelve a mirar a los
ojos, se vuelve a mirar sus pies, lo mira nuevamente y le
dice:
-¡Ah!
Ya veo lo que está pasando aquí. Yo también lo he estado observando a usted
durante un tiempo y fíjese en un detalle…
-A ver,
¿Cual? –respondió el otro señor-.
-Usted
se fijo en mí y se dio cuenta que, al parecer, no tengo mis zapatos pero no
reparo en un detalle aún mayor.
Nuestro
interlocutor se quedo pensando en que detalle no había reparado si él era el
hombre más detallista del mundo, es mas era conocido como “el hombre del
detalle”. Buscaba y buscaba por todos lados sin hallar respuesta alguna que satisfaga,
su ahora más grande preocupación, que cual era… ¿Lo que le faltaba a él?
Igual permítanme amigos lectores hacer una
acotación interesante ¿Qué detalle faltaba? ¿A quién le faltaba? ¿Era algo
faltante o le estaba jugando un chiste? Mejor continúo con la historia:
-Bueno
ya… ¡dígame cual es ese detalle!
-Su
sombra… –hizo una breve pausa- su sombra
tampoco tiene zapatos.
Interrumpió
este otro con una gran carcajada que hasta los pájaros que estaban en el árbol
salieron volando del miedo que les dio aquel estruendo de risa.
-Jajaja
¡Pero usted se da cuenta de la barbaridad que acaba de decir! ¡Más vale que mi
sombra no va a tener zapatos!
-Perdóneme
buen señor pero en esta ocasión su “instinto asesino” del detalle, le fallo.
-¿Cómo
que me va a fallar? Es sabido que la sombra no va a tener zapatos, ni ropa, ni
va a comer un chupetín…
-Vuelve
a equivocarse usted –le dijo con voz calma y serena-. La sombra al igual que
nosotros se viste, come, pasea, se baña y es mas hasta se moja más que nosotros
cuando pasamos por arriba de un charco y voy a ir más lejos todavía… Hasta es
pisoteada por todos nosotros.
-Mi
buen amigo cómo es posible que un hombre con tanta sabiduría encima diga esas
cosas. Dejémosle a los niños esos razonamientos, nosotros estamos para cosas más
importantes.
-Entonces
¿Por qué la primer palabra que me dijo fue “que me faltaban los zapatos”, si
según lo que me dice estamos para cosas más importantes? ¿Qué diferencia hay
entre mi falta de zapatos y la falta de zapatos de su sombra?
-Que
la suya es real.
-¿Y
la de la sombra no?
-¡Pero
más vale que no!
-Bueno,
¿me puede hacer otro favor? Mire sus pies.
Al
mirar sus pies algo raro había pasado, o mágico por qué no. Estamos frente a
algo que escapa de nuestra imaginación cuando la dejamos volar. No solo es para
niños descubrir lo que paso sino también para adultos. Realmente lo que estamos
por descubrir junto a este señor es un enigma más. Su admiración fue tal que
quedo perplejo, con la boca abierta y la lengua por el piso, no supo que decir,
las palabras se le enredaban en la lengua tal como se enrieda un ovillo de lana
cuando agarramos la punta equivocada. Cuando pudo articular las palabras dijo:
-¡Pero
si usted tenía razón! ¡Ahora lo veo bien claro! Mire que soy el maestro del
detalle pero de este jamás me había percatado.
-Y
puedo dar fe de ello. Usted esgrime la razón como ningún otro por eso no pierde
detalle alguno pero cuando se le presentan las maravillas de la vida se muestra
patente su dureza ante la sencillez de los verdaderos zapatos de la vida.
-¡Hable
más claro! –volvió a mirar a sus pies sorprendido- es como que… no entiendo, no
me entra en la cabeza como es esto de que yo tampoco traigo zapatos puestos.
Nunca me olvido de ellos. Estoy un poco aturdido…
-Más
claro… más claro… a ver… mmm… ¡ah! Ya sé como explicárselo.
Nuestro
hombre de razones y detalles lo miraba y escuchaba atentamente.
-Usted
viene aquí todos los días.
-Así
es.
-Yo
vengo aquí todos los días.
-Claro.
-Nuestras
tarde se pasan en estos bancos.
-¡Bueno
ya! ¡Vaya al punto!
-Ese
es el punto. Usted con su elocuencia y vivaz rapidez piensa que abarca todo.
Pero no. Antes de llegar hasta acá seguro que ya sabía todo lo que iba a hacer,
donde se iba a sentar, que yo llegaría de un momento a otro, que vendrían las
palomas a posarse sobre nosotras y comer las miguitas que le tiraran y muchas
cosas mas. Pero de seguro se le paso una
cosa…
-¿Cuál?
-Que
no siempre estamos tan inmersos en nuestras cosas como queremos estar porque de
haberlo estado ambas hubiésemos notado que ya no nos veremos más a partir de
unos minutos porque vamos a desaparecer y hacernos una con la sombra mayor…
Aquí finaliza mi recuerdo, no es más que una
historia de las tantas que pueden sucederse en un atardecer. Singularmente
después de este episodio empecé a preguntarme un montón de cosas que nose si
vienen al caso pero yo se las comento: “Había una vez en un lugar lejano, más
exactamente en una casa un señor que se la pasaba contando historias a sus nietos
frente al hogar que había allí. Una de las tantas historias que contaba,
empezaba de la siguiente manera: ‘Una vez alguien pensó que estaba recordando
un recuerdo sobre dos hombres que hablaban en el banco de una plaza sobre unos
zapatos pero en realidad eran sus sombras las que sostenían la charla siendo
ellas las personas y los señores las sombras.‘ Así de cortos eran los cuentos
que éste les contaba a los pequeños, siendo lo más curioso de esto que yo soy
quien en realidad está contando estos dos cuentos que estás leyendo no habiendo
en ellos más que la realidad que mi imaginación les está plasmando para que lo
leamos juntos y podamos armar la historia que estamos desarrollando. La luz
tenue del hogar, el olor a leña quemándose, el resplandor de las sombras en el
piso o extendidas hacia algún lugar, el anochecer estrellado con una luna llena
que se refleja en el lago que está enfrente nuestro, el cual podemos ver si
acercamos los ojos a la ventana, el rico aroma que sale de la cocina y que no
nos deja pensar en otra cosa más que en el compartir cotidiano alrededor de la
mesa, tantas sensaciones que estamos dibujando en este momento que no hacen
otra cosa que darle a esta historia una relevancia aún mayor por el hecho de
que la estamos contando cada uno de nosotros todos los días, llegando a
fundirnos en este atardecer de ensueño con la melancolía de relatar una
historia todavía aun mayor que está sintiendo a cada paso como vamos
desapareciendo a los ojos de los demás para renacer mañana de nuevo.