martes, 21 de febrero de 2012

¿Un recuerdo?


Recorriendo el fichero de mis recuerdos, amable lector, encontré no sólo una bella historia sino también la vida misma que encuentra su máxima expresión en la belleza de la humildad, por eso quiero que pongas mucha atención en este relato lleno de magia e impregnado de un espíritu tan sencillo que sin proponérnoslo al final vamos a llegar a nuestro mismo comienzo. La historia comienza así:
            Sentados en la plaza del barrio se encontraban dos personas, a simple vista muy distintas, uno llevaba puesto un traje elegantísimo –se podría decir que recién lo sacaba de la tintorería- y ni hablar de los zapatos que tenia puestos. El otro también llevaba puesto un traje de maravillas con los zapatos correspondientes a una vestimenta de ese estilo. Las miradas que se cruzaban ambos eran de un estudio exquisito –no dejaron rincón exterior sin examinar- a lo cual pensaban:
 -No se da cuenta que esta haciendo el ridículo.
Todas las tardes era el mismo ritual. Así pasaron varios días. Ninguno se animaba a asomar palabra alguna, cada uno vivía en su mundo. Pero de repente un día, como quien no quiere la cosa, una palabra asomo de la boca de uno de éstos:
-Disculpe, pero hace ya tiempo que lo estoy observando y hoy olvido ponerse sus zapatos.
El otro susodicho lo mira a los ojos, se mira sus pies, lo vuelve a mirar a los ojos, se vuelve a mirar sus pies, lo mira nuevamente  y  le dice:
-¡Ah! Ya veo lo que está pasando aquí. Yo también lo he estado observando a usted durante un tiempo y fíjese en un detalle…
-A ver, ¿Cual? –respondió el otro señor-.
-Usted se fijo en mí y se dio cuenta que, al parecer, no tengo mis zapatos pero no reparo en un detalle aún mayor.
Nuestro interlocutor se quedo pensando en que detalle no había reparado si él era el hombre más detallista del mundo, es mas era conocido como “el hombre del detalle”. Buscaba y buscaba por todos lados sin hallar respuesta alguna que satisfaga, su ahora más grande preocupación, que cual era… ¿Lo que le faltaba a él?
Igual permítanme amigos lectores hacer una acotación interesante ¿Qué detalle faltaba? ¿A quién le faltaba? ¿Era algo faltante o le estaba jugando un chiste? Mejor continúo con la historia:
-Bueno ya… ¡dígame cual es ese detalle!
-Su sombra…  –hizo una breve pausa- su sombra tampoco tiene zapatos.
Interrumpió este otro con una gran carcajada que hasta los pájaros que estaban en el árbol salieron volando del miedo que les dio aquel estruendo de risa.
-Jajaja ¡Pero usted se da cuenta de la barbaridad que acaba de decir! ¡Más vale que mi sombra no va a tener zapatos!
-Perdóneme buen señor pero en esta ocasión su “instinto asesino” del detalle, le fallo.
-¿Cómo que me va a fallar? Es sabido que la sombra no va a tener zapatos, ni ropa, ni va a comer un chupetín…
-Vuelve a equivocarse usted –le dijo con voz calma y serena-. La sombra al igual que nosotros se viste, come, pasea, se baña y es mas hasta se moja más que nosotros cuando pasamos por arriba de un charco y voy a ir más lejos todavía… Hasta es pisoteada por todos nosotros.
-Mi buen amigo cómo es posible que un hombre con tanta sabiduría encima diga esas cosas. Dejémosle a los niños esos razonamientos, nosotros estamos para cosas más importantes.
-Entonces ¿Por qué la primer palabra que me dijo fue “que me faltaban los zapatos”, si según lo que me dice estamos para cosas más importantes? ¿Qué diferencia hay entre mi falta de zapatos y la falta de zapatos de su sombra?
-Que la suya es real.
-¿Y la de la sombra no?
-¡Pero más vale que no!
-Bueno, ¿me puede hacer otro favor? Mire sus pies.
Al mirar sus pies algo raro había pasado, o mágico por qué no. Estamos frente a algo que escapa de nuestra imaginación cuando la dejamos volar. No solo es para niños descubrir lo que paso sino también para adultos. Realmente lo que estamos por descubrir junto a este señor es un enigma más. Su admiración fue tal que quedo perplejo, con la boca abierta y la lengua por el piso, no supo que decir, las palabras se le enredaban en la lengua tal como se enrieda un ovillo de lana cuando agarramos la punta equivocada. Cuando pudo articular las palabras dijo:
-¡Pero si usted tenía razón! ¡Ahora lo veo bien claro! Mire que soy el maestro del detalle pero de este jamás me había percatado.
-Y puedo dar fe de ello. Usted esgrime la razón como ningún otro por eso no pierde detalle alguno pero cuando se le presentan las maravillas de la vida se muestra patente su dureza ante la sencillez de los verdaderos zapatos de la vida.
-¡Hable más claro! –volvió a mirar a sus pies sorprendido- es como que… no entiendo, no me entra en la cabeza como es esto de que yo tampoco traigo zapatos puestos. Nunca me olvido de ellos. Estoy un poco aturdido…
-Más claro… más claro… a ver… mmm… ¡ah! Ya sé como explicárselo.
Nuestro hombre de razones y detalles lo miraba y escuchaba atentamente.
-Usted viene aquí todos los días.
-Así es.
-Yo vengo aquí todos los días.
-Claro.
-Nuestras tarde se pasan en estos bancos.
-¡Bueno ya! ¡Vaya al punto!
-Ese es el punto. Usted con su elocuencia y vivaz rapidez piensa que abarca todo. Pero no. Antes de llegar hasta acá seguro que ya sabía todo lo que iba a hacer, donde se iba a sentar, que yo llegaría de un momento a otro, que vendrían las palomas a posarse sobre nosotras y comer las miguitas que le tiraran y muchas cosas  mas. Pero de seguro se le paso una cosa…
-¿Cuál?
-Que no siempre estamos tan inmersos en nuestras cosas como queremos estar porque de haberlo estado ambas hubiésemos notado que ya no nos veremos más a partir de unos minutos porque vamos a desaparecer y hacernos una con la sombra mayor…
Aquí finaliza mi recuerdo, no es más que una historia de las tantas que pueden sucederse en un atardecer. Singularmente después de este episodio empecé a preguntarme un montón de cosas que nose si vienen al caso pero yo se las comento: “Había una vez en un lugar lejano, más exactamente en una casa un señor que se la pasaba contando historias a sus nietos frente al hogar que había allí. Una de las tantas historias que contaba, empezaba de la siguiente manera: ‘Una vez alguien pensó que estaba recordando un recuerdo sobre dos hombres que hablaban en el banco de una plaza sobre unos zapatos pero en realidad eran sus sombras las que sostenían la charla siendo ellas las personas y los señores las sombras.‘ Así de cortos eran los cuentos que éste les contaba a los pequeños, siendo lo más curioso de esto que yo soy quien en realidad está contando estos dos cuentos que estás leyendo no habiendo en ellos más que la realidad que mi imaginación les está plasmando para que lo leamos juntos y podamos armar la historia que estamos desarrollando. La luz tenue del hogar, el olor a leña quemándose, el resplandor de las sombras en el piso o extendidas hacia algún lugar, el anochecer estrellado con una luna llena que se refleja en el lago que está enfrente nuestro, el cual podemos ver si acercamos los ojos a la ventana, el rico aroma que sale de la cocina y que no nos deja pensar en otra cosa más que en el compartir cotidiano alrededor de la mesa, tantas sensaciones que estamos dibujando en este momento que no hacen otra cosa que darle a esta historia una relevancia aún mayor por el hecho de que la estamos contando cada uno de nosotros todos los días, llegando a fundirnos en este atardecer de ensueño con la melancolía de relatar una historia todavía aun mayor que está sintiendo a cada paso como vamos desapareciendo a los ojos de los demás para renacer mañana de nuevo.

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